jueves, 24 de julio de 2025

Una vigilancia social… sin sociedad

Por Nelson Peñaherrera Castillo


El Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social (Midis) anunció recientemente que más de 330 mil estudiantes de más de 4,300 escuelas públicas en siete regiones del país —incluida Piura— serán “beneficiarios indirectos” de un plan de vigilancia social sobre el servicio alimentario escolar.

 

En teoría, se busca mejorar la calidad del servicio supervisando la distribución de alimentos. Pero en la práctica, la vigilancia estará a cargo de subprefectos y tenientes gobernadores designados por el Ejecutivo, con el apoyo del Ministerio del Interior. ¿Podemos seguir llamando a esto “vigilancia social”? ¿O estamos ante una vigilancia estatal disfrazada de participación ciudadana?

 


¿Quién vigila a quién?

La narrativa oficial habla de empoderar a la comunidad. Sin embargo, lo que vemos es un diseño cerrado: funcionarios del gobierno central capacitan a otros funcionarios del mismo gobierno central para fiscalizar un programa ejecutado por… funcionarios del gobierno central.

 

Es decir, el ciudadano de a pie —padres de familia, docentes, municipios o rondas— queda fuera del proceso. El control se concentra en una estructura vertical que prioriza la presencia territorial del Estado, pero sin integrar de verdad a la comunidad. La “sociedad” termina siendo solo el escenario, no el actor.

 


Muchos instrumentos, pocos impactos

El Midis y el Mininter firmaron este año el “Plan de Trabajo Intersectorial 2025” para coordinar esta vigilancia. Y en las últimas semanas han desplegado talleres en diferentes regiones, incluyendo uno en Piura el pasado 11 de julio.

 

Sin embargo, el balance no incluye hasta ahora resultados cuantificables que permitan saber si el servicio de alimentación escolar ha mejorado. No hay cifras que indiquen si se redujo la frecuencia de entregas incompletas, si se elevó el valor nutricional del menú, o si los padres de familia tienen ahora más herramientas para exigir mejoras.

 

Este es un patrón común: se publicitan los instrumentos —planes, convenios, talleres— pero se elude el análisis de sus impactos reales.

 


El relato del Estado

Esta estrategia se suma a otras acciones del Ejecutivo que privilegian el relato institucional sobre la evidencia. Recordemos cuando la ministra Leslie Urteaga defendió públicamente una supuesta reducción de la anemia infantil, contradiciendo los datos del INEI. O cuando se presentan cifras de inversión social sin evaluar si esta inversión está transformando las condiciones reales de vida en las regiones.

 

¿De qué sirve multiplicar las actividades si no cambian los resultados?

 

Cierre (o punto de partida)

La vigilancia social debería ser una herramienta para empoderar a la sociedad civil, no para reforzar el control del Estado sobre sí mismo. Si se quiere construir verdadera participación, el Estado necesita dejar de hablar solo con sus propios funcionarios y empezar a escuchar —y compartir el poder con— los ciudadanos organizados.

 

Porque una vigilancia que excluye a la sociedad no es social, por más que así se llame.

  

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