Por Nelson Peñaherrera
Castillo
Hace un año, Lobitos
dejó de ser solo sinónimo de olas perfectas y turismo internacional. El 20
de diciembre de 2024, manchas de petróleo comenzaron a extenderse frente a
sus costas, marcando el inicio de una cadena de eventos que reveló la profunda
vulnerabilidad ambiental, económica y social de esta parte del norte peruano.
Lo que ocurrió entonces
no fue un hecho aislado. Con el paso de los meses, nuevos derrames y fenómenos
climáticos extremos terminaron de configurar un escenario crítico que hoy
obliga a mirar atrás, evaluar responsabilidades y preguntarse si el país ha aprendido
algo de la crisis.
El primer golpe: diciembre de 2024
El derrame detectado
entre el 20 y 21 de diciembre de 2024 frente al terminal multiboyas de la Refinería
Talara afectó aproximadamente 270 hectáreas marinas. Las manchas alcanzaron
playas emblemáticas como Las Capullanas, Yapato y sectores cercanos a Cabo
Blanco, zonas estrechamente ligadas al turismo, la pesca artesanal y la
identidad local.
El Organismo de
Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) declaró la emergencia
ambiental. Petroperú activó labores de contención y limpieza. Sin
embargo, para la población local, el daño ya estaba hecho: playas cerradas,
cancelación de reservas turísticas y un golpe directo a la economía de fin de
año.
La herida que no cerró
Lejos de quedar como un
episodio excepcional, el derrame de diciembre de 2024 marcó un patrón. En
febrero de 2025, pescadores artesanales reportaron nuevas manchas oleosas en la
playa San Pedro, en el distrito de Pariñas. Y el 7 de julio de 2025, Lobitos
volvió a ser noticia: un evento focalizado de hidrocarburo fue asociado al pozo
inactivo 383 del Lote VI, ubicado en el sector Punta Lobos B.
Aunque el sector Salud
confirmó que no hubo personas afectadas, la recurrencia de estos hechos reforzó
una sensación de abandono y de riesgo permanente en la población. La pregunta
empezó a repetirse con más fuerza: ¿cuántos derrames más puede soportar Lobitos?
Un destino global en riesgo
Lobitos no es una playa
cualquiera. Es reconocido internacionalmente como uno de los mejores puntos de surf
de Sudamérica, recibe visitantes de Estados Unidos, Europa, Australia y Brasil,
y aspira a ser declarado World Surfing Reserve. Cada derrame no solo
contamina el mar: erosiona su reputación global y pone en duda la capacidad del
Perú para proteger sus activos turísticos estratégicos.
Operadores turísticos
reportaron cancelaciones masivas. Surfistas internacionales optaron por otros
destinos. La imagen de un balneario sostenible comenzó a resquebrajarse.
El mar embravecido: oleajes de diciembre de 2025
Cuando la zona aún no se
recuperaba del todo, un nuevo golpe llegó desde la naturaleza. El 27 de
diciembre de 2024, un oleaje anómalo de hasta seis metros de alto impactó
el litoral norte. Lobitos, Talara, Paita, Zorritos y Máncora sufrieron
inundaciones, destrucción de embarcaciones, daños en hoteles y restaurantes, y
el cierre de más de 26 puertos y caletas.
El fenómeno no solo
paralizó la pesca y el turismo en plena temporada alta, sino que también
dificultó las labores de limpieza y contención de zonas previamente afectadas
por hidrocarburos. Petróleo y mar embravecido se combinaron en un escenario de
alto riesgo.
Un patrón que preocupa
A un año del primer
derrame, el balance es inquietante: infraestructura petrolera vulnerable,
respuestas mayormente reactivas, falta de prevención efectiva y una costa
expuesta tanto a errores humanos como a fenómenos climáticos extremos.
Lobitos se ha convertido
en un símbolo de esta tensión no resuelta entre actividad extractiva,
protección ambiental y desarrollo turístico.
Más que memoria, una advertencia
Conmemorar este año no es
solo recordar fechas y cifras. Es reconocer que el daño ambiental no se mide
únicamente en hectáreas contaminadas, sino en confianza perdida, oportunidades
truncadas y comunidades que viven con la incertidumbre de ser las próximas
afectadas.
Lo ocurrido en Lobitos y
en el resto de la provincia de Talara debería servir como advertencia nacional.
Proteger el mar, modernizar la infraestructura, planificar la respuesta a
emergencias y asumir la sostenibilidad como política de Estado ya no es una
opción: es una urgencia.
Porque si algo dejó claro
este año es que el petróleo pasa, el oleaje se retira, pero las consecuencias
permanecen.
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