El 11 de setiembre de 2001 continúa siendo un hito en la historia de la humanidad, y más aún en la del periodismo. Ese día, casi todos los medios de comunicación a nivel mundial contaban cómo dos aviones se estrellaban cada uno en las torres del Centro Mundial de Comercio en Nueva York, Estados Unidos. Mientras en muchas señales, los rostros de desconcierto, angustia o nerviosismo se repetían en diferentes dosis, en Televisión Española le tocó a la presentadora Ana Blanco (Bilbao, España, 1961) iniciar el noticiero de las tres de la tarde (hora de verano en España) con una noticia de último minuto y unas dantescas imágenes en vivo, pero encima con una gran cuota de aplomo.
Mientras Blanco, quien en realidad es periodista y pedagoga, trataba de ser lo más serena en la narración de la crisis que ya consternaba a las ciudades de Nueva York, Washington, y por extensión a todo el mundo, muy detrás de cámaras, en la sala de controles, donde se decide qué imágenes se verán y se ajustan tiempos, todo era un pandemonio: órdenes, coordinaciones, más angustia, gritos, en fin. La entraña real de la televisión no es ese mundo glamoroso o elegante que se ve en pantalla; muchas veces se trata de ese caos que se forma frente a las multi-pantallas decidiendo qué, cómo y cuándo se lanza tal o cual cosa hasta los televisores de la gente.
Años después, Ana Blanco admitiría que llevaba la procesión por dentro. Mientras su rol de periodista le pedía ceñirse a contar la historia tal como le llegaba por las transmisiones en vivo y los datos que se aportaban por las redes de noticias, como persona nunca terminó de comprender cómo la insania de un grupo de seres humanos era capaz de acabar con la vida de otros tres mil, incluidos quienes perpetraron el atentado. sin embargo, Ana sabía que tenía un deber frente al público y ese era informar.
Desde mi punto de vista, y tras revisar horas de horas de cobertura en castellano sobre lo que sucedió ese día, y que afortunadamente se conservan en la videoteca de YouTube, me atrevo a decir que fue uno de los mejores relatos de una tragedia en desarrollo, y que constituye un ejemplo para el resto de profesionales sobre qué hacer y cómo asumir la posición de reportar una noticia cuyo resultado inevitable iba a ser el dolor. A continuación, su transmisión completa tal como se vivió aquel martes por la mañana (hora peruana):