La política en Perú es como esa serie que siempre promete
una temporada mejor, pero cuando la ves, te das cuenta de que los protagonistas
siguen en las mismas. Esta semana, lo nacional no fue la excepción:
mientras las cabezas del gobierno celebran capturas de
criminales que resultaron siendo un papelón monumental“, el Congreso se enreda
en discusiones eternas sin sacar adelante una ley decente contra el crimen
organizado. Pero claro, ¿qué más podemos esperar? En un país donde las promesas
son casi un deporte nacional, parece que la eficiencia quedó de vacaciones.
Y por si fuera poco, los transportistas, hartos de tantas
vueltas y ninguna solución, han adelantado su paro indefinido al 22 de octubre.
¿Qué reclaman? Lo de siempre: más seguridad, menos extorsión, y que alguien,
por amor a todos los santos, haga algo para parar el sicariato.
Aunque la convocatoria ya tiene una sombra: Antauro
Humala. Y no lo suponemos; digamos que el subconsciente traicionó a uno de los
dirigentes.
Porque claro, mientras el ministro Santibáñez sale cada
semana con un nuevo "logro" policial, la realidad es que en las
calles, la gente sigue asustada y la extorsión campa a sus anchas. Además, la
realidad parece ser que Santibáñez es una fuente de noticias tan confiable como
un billete de tres soles. No es que no se estén haciendo cosas, pero los
resultados, a simple vista, son invisibles.
Y si bajamos a lo local, la cosa no mejora mucho. En
Sullana, la inseguridad tiene de rodillas a los comerciantes, que ya no saben
si cerrar temprano o poner un cartelito que diga "No tenemos plata, no
insista".
Mientras tanto, los agricultores en Tambogrande siguen en
su lucha contra la minería. ¡Cómo olvidar aquel referéndum del 2002, donde el
98.8% votó "No" a las minas! Pero, ¿qué ha pasado desde entonces? Promesas
y más promesas, y los mismos políticos de siempre queriendo darle la vuelta a
una decisión que la gente dejó clara.
Lo triste es que, entre tanto tira y afloja, el
movimiento social va perdiendo aire, como un globo que alguien dejó a medio
inflar. Pero aquí viene el giro inesperado: en medio de todo este caos, la
lección es clara. No podemos esperar que desde esas oficinas con aire
acondicionado nos vengan a resolver la vida. No. El cambio real, ese que
importa, lo hacemos nosotros desde abajo.
Así que, mientras el Congreso sigue discutiendo y los
transportistas preparan sus pancartas,
lo único que queda es no perder de vista lo importante. Al
final, no son las promesas las que cambian las cosas, sino la capacidad de cada
uno de nosotros de luchar por lo que nos pertenece.
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