EL PROBLEMA DE LA ESPECIE HUMANA
Durante milenios la especie humana ha
considerado que dentro de la creación, que también es un relato humano, ha
alcanzado el escalón más alto. Esto le ha llevado a tomar decisiones que en
muchos casos han puesto en peligro la conservación de nuestra propia especie.
No en vano eventos históricos, como la famosa peste de la Edad Media, no fue
otra cosa más que fruto del descuido del ser humano por no tomar las mínimas
consideraciones sanitarias para evitar el contagio de una epidemia que
realmente diezmó a la población europea.
Más
recientemente, la emergencia climática
(antes cambio climático) es la amenaza global que conforme avanzan las décadas,
promete borrarnos de la faz del planeta si no tomamos las previsiones
necesarias. El caso es que la especie humana siempre se ha considerado superior
a otras especies bajo el argumento de que es la única con capacidad de
raciocinio.
Basada en las pruebas científicas que los
propios humanos hemos desarrollado, hemos concluido que somos la “especie
dominante”. No hay evidencia, o al menos nosotros no la hemos aportado, de que
otras especies que pueblan el planeta lo sean, a pesar de que trabajos de
varios científicos han demostrado que otras especies de mamíferos, como las
ballenas y los delfines, han desarrollado ciertas capacidades de comunicación y
organización mejores que las nuestras, sin necesidad de los inventos que hemos
desarrollado para solucionar ese problema (me refiero a la Internet, por
ejemplo).
La
especie humana, pues, es una entre todas las especies que pueblan este planeta. En ese sentido, no
es la especie humana la que ha dominado al medio, aunque se haya atribuido el
derecho de hacerlo. En realidad, la especie humana es parte del medio. Lo que
sí podemos concluir es que nuestra
especie ha sido una de las principales modificadoras del espacio natural, pero
no la única capaz de cambiarlo.
Así, los castores de Norteamérica, sin
necesidad de hablar, han desarrollado un sistema de aprovechamiento del agua en
los bosques mediante la construcción de presas, o los horneros, que resultaron
ser eficientes albañiles y han hecho de los árboles el lugar donde construyen
casas de hasta dos habitaciones, si cabe el término.
Este no es descubrimiento de esta generación de
humanos. Pueblos indígenas lo sabían, por eso consideraron que su aporte a la
modificación del espacio natural sólo debía limitarse a lo necesario para
satisfacer eficientemente sus necesidades. Sin embargo, cuando el ser humano
alcanzó un grado elevado de organización y expansión generó verdaderos
problemas al espacio natural. Esta historia
se conoce desde el Imperio Romano, que fue uno de los
principales modificadores del medio ambiente que la historia humana haya
registrado.
LA
DEMOCRACIA AMBIENTAL.
Si democracia se puede definir como la
participación de todos los individuos de una comunidad para tomar decisiones que
permitan cumplir objetivos que nos desarrollen, y el ambiente es el espacio
donde generamos desarrollo, entonces habría que ojear un concepto que ha tomado
importancia en los últimos 40 años: el desarrollo
sostenible.
Se llama así al proceso de avance de la
humanidad en el que se toma en consideración los impactos en el medio, de tal
modo que nuestro modelo de organización y transformación no solo permita la
solución de las necesidades básicas de nuestra generación, sino que garantice
también la de las generaciones siguientes. La idea es que cada generación
perfeccione la solución de sus problemas más importantes basados en la solución
de necesidades puntuales garantizando lo mismo para las generaciones por venir.
Por otro lado, hay valores que la democracia
aporta, si es que la observamos en su concepto clásico, es decir, el gobierno
del pueblo por el pueblo y para el pueblo. En un entorno democrático, se
considera la participación de todos los actores, es decir, todos quienes son
miembros de una comunidad, entendida como la asociación informal de individuos
que comparte un espacio y objetivos comunes.
El punto
es que no todos estos individuos son iguales en todo el sentido de la palabra.
Es ahí donde la democracia entra a jugar para decirnos que a pesar de las
diferencias, todos los individuos podemos ser partícipes del proceso de toma de
decisiones, con tal de también beneficiarnos de la ejecución de las mismas. Eso
se conoce como equidad: todos los
individuos tienen iguales derechos porque conforman la misma comunidad.
Incluso dentro de la equidad, se considera una
atención especial a quienes poseen capacidades diferentes, con tal de que estén
al mismo nivel que los demás para poder ser partícipes del proceso democrático.
Es ahí
donde ingresa la democracia ambiental,
a la que podemos definir como el sistema de gobierno en el que todos los
individuos son considerados como actores en la toma de decisiones, que nos
permita generar un entorno adecuado donde podamos desarrollarnos armónicamente,
y permitir que las generaciones futuras gocen de mejores condiciones para
perfeccionar el proceso.
Como
actores no solo consideramos a la comunidad humana sino, en realidad, a todo el
ecosistema o la comunidad de seres vivos existentes en un espacio determinado,
que no es otra cosa que el medio ambiente. Mejor dicho, nos integramos a las necesidades
de otros seres vivos como nosotros, que de alguna manera han desarrollado sus
propios mecanismos de respuesta frente a los problemas ambientales, y se
incorporan como aportes para la solución de necesidades más globales.
Hasta
cierto punto el ambiente, en tanto desarrolla mecanismos de reacción, es
considerado como actor. Esta es la diferencia con la democracia tradicional, en
la que solo prima la perspectiva humana. Esto cambia por completo nuestro modo
de concebir el mundo. Pero visto desde una perspectiva más universal, en
realidad es así. De hecho, la Tierra es parte de otro sistema más grande que
termina en lo que llamamos universo.
Para
quienes aún son escépticos con el hecho de que la Naturaleza posee capacidad de
respuesta a los problemas ambientales,
les contamos un caso anecdótico. Debido a la construcción de una presa en el
curso del río Chira frente a la ciudad
de Sullana (Perú), el agua que fluía normalmente se fue
estancando, y eventualmente se convirtió en un hermosa laguna donde se
practicaron deportes náuticos.
Lo que
los proyectistas nunca consideraron es que la ciudad, desde hacía medio siglo,
botaba sus aguas servidas al cauce, aguas arriba de la presa, y con el
estancamiento se estaba generando una suerte de enorme laguna de oxidación. La
respuesta de la Naturaleza fue poblar la superficie del agua con una planta que
los lugareños conocen como lirio acuático. Las raíces del lirio
absorbían las bacterias saprofitas del agua sucia y la limpiaban. Además
oxigenaban la zona evitando que el metano, que es gas letal para la especie
humana, se desarrollara y comenzara a cobrarse vidas.
Claro
está, muchos humanos no lo vieron desde ese punto de vista y determinaron que
se debía eliminar el lirio porque afeaba el paisaje. Si es que se hubiese
tenido una visión de democracia ambiental, se hubiera considerado esta variable
y posiblemente se habría pensado en una solución más creativa que no genere
impactos graves en el medio ambiente.
LAS ACTITUDES EN DEMOCRACIA
AMBIENTAL
Una comunidad que se organice bajo la óptica de
la democracia ambiental deberá considerar como eje fundamental el desarrollo de
la tolerancia y la humildad. De ese modo, aprenderá a reconocer las reacciones
de los y las demás como opiniones válidas que deben ser consideradas en el
proceso de toma de decisiones.
Si es que la especie humana es, como dice, una
especie con capacidad de raciocinio, debería considerar la desaparición de dos
obstáculos para la comprensión del medio en general: los estereotipos y los
prejuicios, que no son sino imágenes usualmente distorsionadas de realidades
que no conocemos cabalmente.
Solo entonces se podrá hacer un diagnóstico
real de las necesidades del ambiente considerando cada uno de sus componentes y
las relaciones que ya existen entre ellos. Si se conociera mejor estas interrelaciones,
entonces se tendría una visión más amplia del ecosistema en el que estamos
inmersos: la especie humana es, finalmente, parte de ese modelo.
Con toda esta información, entonces
procederemos a la elaboración de planes. Si en el diagnóstico hemos considerado
todos los elementos, es lógico pensar que en esta etapa, la inclusión para
participar es también integral: nadie debe quedar fuera.
Una vez
que se determinen las prioridades y los modos de proceder, se plantearán
objetivos para pasar a la ejecución. Posteriormente se evaluará si es que la
decisión y los objetivos planteados fueron realmente los correctos,
considerando, como siempre, a todos los elementos e individuos que conformen el
ecosistema.
Como se
verá, el concepto de democracia ambiental es en realidad diferente de la
democracia participativa y aun de la representativa, pero las incluye como
parte del proceso de toma de decisiones. De hecho, en cada nivel de toma de
decisiones debe asumirse la representatividad de la delegación de liderazgo
para realizar una ejecución eficaz; pero, desde que hay un sentido de equidad
para todos los componentes, todos los niveles tienen igual grado de
importancia.
No es necesario crear nuevas instancias de
gobierno que garanticen el éxito de este sistema; simplemente hace falta
cambiar de actitud y ser abierto a todas las perspectivas, ya que, finalmente,
la especie humana es sólo una parte de toda la comunidad del bioespacio que
llamamos Tierra.
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